Hay algunos días en los que todo nos parece extraño, las
cosas más cotidianas parecen de otro planeta y ni siquiera lavándote la cara
con agua helado puedes despabilarte.
Te miras al espejo e incluso tú mismo te sientes extraño y
no te reconoces en el reflejo de su lustrosa superficie, ves cosas en tu rostro
que no recuerdas, poros, vello y arrugas que te parecen de otra persona.
Estás en la ducha y mientras recorre el agua caliente el
camino que comienza en tu cabeza y el vapor envuelve el espacio como si de una
mini-niebla se tratase, te llega la gran pregunta "¿qué demonios estoy
haciendo con mi vida?"
Es una de tantas preguntas que te surgen en esos días que te
extrañas a ti mismo y dichas preguntas no suelen tener una respuesta concreta.
Miras tus manos y observas los callos y las pequeñas cicatrices que han ido
acumulando a lo largo de tus experiencias, los bordes irregulares de tus uñas y
los curiosos dibujos que forman las líneas y los poros de la piel, se te vienen
a la mente recuerdos de manos que ya no están o que no puedes volver a tener
entre las tuyas.
Esos días grises que el sol no llega a iluminar y la lluvia
no termina de limpiar porque no se decide a caer, cielos plomizos que te
impiden saber que momento del día es. Aunque al menos eres consciente de que
tras esas nubes, siempre está brillando el sol.
Meditas tus actos, aciertos y errores por igual con aire
lacónico y ensimismado, si en ese preciso momento se acabara el mundo no te
importaría porque estás demasiado absorto en tus cosas. Por suerte, siempre hay
un rayo de sol entre las nubes que hace que despiertes de tu duermevela y
vuelvas al mundo real.
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