Como dijo Groucho Marx: “Hijo mío, la felicidad está hecha
de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…”
Le damos mucha importancia a lo material y por otra parte es
algo normal, ya que somos seres materiales, compuestos de materia y nuestros
sentidos están desarrollados para apreciar la materia tangible.
Las ideas, los sentimientos, las hipótesis… están muy bien
en el mundo de la teoría, pero a la hora de la verdad queremos hechos, cosas
tangibles que podamos medir, pesar y percibir con nuestros sentidos.
Para nosotros es mucho más sencillo convertir en números las
cosas para poder evaluar si algo es mejor o es peor, es la forma correcta de
comprobar si algo es efectivo. Puede parecer algo frío ya que estamos dejando
las emociones a un lado, pero realmente pocas personas viven de las emociones y
esas personas que lo hacen es porque han conseguido materializar los
sentimientos para venderlos con un bonito envoltorio.
La mente humana es maravillosa, pero nunca debemos olvidar
que por mucho que nos digan que tiene un gran potencial de posibilidades
infinitas, esto no es totalmente cierto. El cerebro es algo material y por lo
tanto finito y mesurable, aunque esa cuantía sea tan vasta que no podamos ponderarla
de forma exacta. Por eso tenemos blocs de notas, por eso tenemos libros y
memorias digitales de almacenamiento, porque finalmente, aunque sea muy romántica
y bella la idea de que las cosas espirituales son superiores, lo cierto es que
lo que nos queda al final y lo que perdura más en el tiempo son las cosas
materiales. Por esta razón se crearon los monumentos y por esta razón se
intentaron erigir con los materiales más duraderos posibles, por esta razón se
esculpen las lápidas en piedra.
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