domingo, 11 de marzo de 2012

La máscara de Rorschach





En todas las culturas encontramos máscaras, desde las más primitivas hasta las más avanzadas. Las máscaras se utilizan para en general, cambiar de  personalidad, no ser quien siempre eres, para ser un espíritu, un dios, un héroe o cualquier otra personalidad.

¿Por qué la humanidad tiene esa necesidad de sentirse o personificar otra entidad ajena? Los antiguos actores y sacerdotes griegos las utilizaban en sus comedias y demás ritos religiosos, los chamanes tribales para identificarse con sus espíritus, los guerreros para causar pavor o no ser reconocidos tras la guerra, incluso en ritos funerarios se utilizaban para dar al difunto una mayor potencia espiritual y permitirle llegar a su destino más allá de la muerte sin problemas.
Quizás se deba a que nos da miedo acometer ciertas acciones siendo nosotros mismos, o quizás se deba a que nos gusta salir de nuestra rutina y ser individuos diferentes. El caso es que las utilizamos para suprimir y ocultar nuestra naturaleza y dar salida a otras diferentes y más tabúes.

De todas formas, sea como sea, nosotros disponemos de nuestra propia máscara natural, la que llevamos todos los días y con la que en ocasiones somos capaces de mentirnos incluso a nosotros mismos. Nuestros gestos faciales, al igual que en un test de Roscharch, producen diferentes reacciones e impresiones en los que nos rodean, aunque quizás solo sea un mohín ambiguo y con falta de estructuración, pero hace que aflore nuestro alma a esta máscara momentánea que en determinados momentos puede llevar a la mal interpretación de nuestras palabras y acciones.


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