Un gran viaje está compuesto de pequeños pasos, incansable
movimiento de cada uno de los pies mientras avanzamos al andar. Ir de un lugar
a otro caminando, andar, avanzar, marchar, progresar...
Para realizar esta acción con nuestras extremidades
necesitamos irremediablemente un sustrato sólido por el que realizar la tarea,
un suelo bien afianzado y firme que nos permita desplazarnos, unos
conocimientos para poder desplazarnos. Dependiendo del tipo de terreno, de
nuestra forma de ser, las energías que tengamos y utilicemos, además de la
velocidad que imprimamos a nuestros pasos y por supuesto del trayecto y
maniobras a realizar para llegar a nuestra meta, así será nuestro trayecto de
largo y duro. Lo que para algunos puede convertirse en una inconmensurable epopeya,
para otra persona puede ser un agradable paseo, no solo por su condición
natural sino por su técnica para avanzar.
Sin duda alguna, para poder elevar uno de nuestros pies,
debemos tener la otra extremidad apoyada en la etapa anterior, con esta acción
cogemos impulso y logramos avanzar. En el momento en que este rítmico ciclo se
rompe, hemos dejado de avanzar caminado de forma natural, para cojear o saltar,
con su consecuente traumatismo e irregularidad en el transcurso de la acción.
Ya que todo lo que no hacemos de forma progresiva, regular y armónica, nos
acaba causando daño y lesiones más permanentes por la brusquedad de los
movimientos realizados.
Como conclusión por lo tanto, cuando avancemos debemos
hacerlo de forma progresiva, constante, calmada y segura si queremos llegar
correctamente y en paz a nuestro dulce y deseado fin del trayecto.
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