Introducirnos por completo en el líquido elemento del
conocimiento, abstraernos de tal forma en el abismal océano de nuestro interior
para llegar a vislumbrar la verdad sobre nosotros mismos y llegar a
conclusiones con las que nos podemos sorprender y que de ninguna otra forma
captaríamos.
Hacer introspecciones en nuestro interior, buceando a pulmón
libre para escrutar nuestros profundos entresijos...
Qué necesario es ensimismarnos y objetivizar sobre nuestros actos
más mundanos, ser nuestro propio juez y jurado para hallar los errores que van
enlodando nuestra conciencia, lograr limpiarlos de alguna forma y estar
tranquilos con nuestra solitaria compañía.
Las personas que tienen miedo a la soledad o no les gusta
andar sin compañía, suelen tener como motivo de este desagrado la
intranquilidad de no gustarles la amistad que ofrece su propia compañía. Cuando
no te gusta estar solo es porque no te gustas a ti mismo, ya que comprendes que
no hay enemigo más despiadado y que mejor te conozca que tu propia conciencia.
Para mantenernos en paz con nosotros mismo debemos calmar a
esa conciencia, no acallarla y amordazarla, sino ofrecerle lo que nos pide,
darle la justicia que necesita para satisfacerla. Y para ello en primer lugar
debemos de sumergirnos en nuestra propia alma, descubrir y pescar la pieza más
formidable con la que, una vez bien atrapada en nuestras redes, debemos
alimentar a nuestra conciencia para evitar que se convierta en nuestro más cruel
verdugo.
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