En ocasiones se nos presentan oportunidades que nos parecen
peligrosas y arriesgadas pero que parece que nos vemos obligados a realizar,
son opciones que nos parecen destructivas y casi imposibles de llevar a cabo, y
por estas razones y mucho más, no nos apetece realizarlas.
En estos casos extremos en que nos vemos obligados por
necesidad o deseo a cumplir estas osadas tareas, debemos realizarlas sin
vacilación, con toda la fe del mundo puesta en nuestro triunfo, ya que si
dudamos, lo más probable es que realmente salgamos mal parados de dichas
empresas. Si no estamos totalmente seguros de nuestra capacidades, de nuestro
valor y de la utilidad de la acción a realizar, lo mejor es simplemente no
realizar la acción. Debemos armarnos de valor y convicción para realizar las
tareas imposibles, solo de esta forma saldremos victoriosos de estas batallas.
La duda es un veneno que nos paraliza en los momentos más
cruciales de nuestra épica odisea y debemos suprimirla totalmente de nuestros
corazones, simplemente actuar sin pensar en las consecuencias mientras se
realiza la acción. El momento de pensar en estos resultados es antes o después
de la acción, nunca durante, mientras realizamos la acción solo debemos pensar
en realizarla lo mejor que se nos permita.
Una vez te has decidido completamente a saltar, no te
preocupes por saber la distancia exacta de donde está el aterrizaje, ni del
desnivel, la distancia o de a quien puedas afectar con tu salto, eso debiste
haberlo pensado antes, eso tienes tiempo de pensarlo después. Lo único
importante es realizar el salto técnicamente los más perfecto posible e imprimirle
la fuerza necesaria.
Una vez has tomado la decisión de saltar, acción, éxito y
decisión deben ser una en tu mente.
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