domingo, 15 de abril de 2012

De Truenos y Estruendos





Hay ocasiones en las que dejamos hablar a nuestra boca sin hacer pasar las palabras por nuestro cerebro, ocasiones en las que abrimos tanto la boca que se nos ve el alma y no tenemos cuidado de ser celosos con nuestro tesoro más preciado. Son momentos de desahogo en los que no hablamos nosotros mismos, sino nuestros monstruos interiores.
Las personas que nos conocen, al momento lo identifican como un trastorno pasajero y no suelen tomar en serio nuestras palabras porque saben que han nacido de la irreflexión y la ira.
En ocasiones alguna de esas saetas perdidas que se nos escapan por la boca en momentos de enajenación llegan a dar en algún desafortunado objetivo y a herirlo, en el momento en que un ser querido sufre por una de nuestras palabras, debemos ser prestos y hacer fluir tan rápido una disculpa sincera salida del corazón, como la saeta que hirió a nuestro ser querido. No dejarnos llevar por el orgullo, esa serpiente que atenaza nuestra garganta cuando debemos pedir disculpas por nuestros errores y admitirlos.

La mejor forma de solucionar estos conflictos es no usar la palabra de forma vana, pensar lo que vamos a decir y solo hablar cuando estamos seguros de lo que queremos decir. Nuestras palabras deben ser como el relámpago y el trueno, lo que decimos debe de ser el precursor de lo que hacemos. El trueno siempre va precedido  y acompañado del relámpago, nunca se produce solo el trueno y tampoco el relámpago, a su vez, tampoco el trueno adelanta al relámpago ya que esto va en contra del orden natural de las cosas.


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