Posiblemente uno de los sentimientos más superficiales y
vanos que podemos llegar a sentir es el de la satisfacción personal por algo
que consideramos propio y valioso, cuando muy probablemente ni es realmente
propio ni tiene la auténtica valía con el que lo enaltecemos.
Esta soberbia pone en un estado mental a la persona que la
posee en la que piensa que no hay nada mejor que lo que decimos y hacemos, por
lo tanto el resto es inferior a dicha persona y todo cuanto le rodea, de esta
manera se supera algún tipo de obstáculo y se hace que promulguemos que
nuestras capacidades están por encima de lo que la realidad y el buen juicio
dictan.
En realidad, lo peor del orgullo no es que la persona
poseedora de esta arrogancia, vaya desprestigiando a todo cuanto le rodea y se
le asemeja remotamente, estas personas simplemente les bailarán las aguas para
no aguantar más de lo necesario su vanidad, lo peor es la gran caída que sufre dicho
orgulloso cuando se precipita hacia la realidad. La altivez es una dura
armadura de afilados cantos e impenetrable pero a su vez muy frágil cuando
choca de frente contra la objetiva y verdadera existencia, haciendo que quien
la porte acabe destrozado con el golpe y cortado por su propio orgullo, además
de que toda persona con un mínimo de autoestima con la que te has golpeado
mientras ibas embutido en tu lacerante armadura de vanidad, evitará ayudarte
tras la caída por haberle hecho daño, y esto si no contamos que en el peor de
los casos, algunos de los heridos por esta afilada indumentaria intentará
rematarte tras la caída.
Por lo tanto, controla el caballo desbocado de tu orgullo si
quieres estar rodeado de buenas personas que realmente te aprecien.
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