Hay ocasiones de bloqueo mental en los que no somos capaces
de reaccionar a tiempo a los estímulos, a menudo puede ser por la ansiedad y la
exigencia propia de hacerlo bien, preocupaciones por otros motivos externos, por
el estrés o simplemente el estado de ánimo que no acompaña.
En esos momentos es cuando necesitamos una mano amiga que
nos insufle esperanza, nos de ánimo y nos pregunte si estamos bien, si estamos
ahí. Si por cualquier motivo no disponemos de ese apoyo moral, es el momento de
aguantar y ser fuerte, determinar que estamos distraídos y por ello no rendimos
como deberíamos, calmar nuestros nervios, respirar relajados y hacer las cosas
lo mejor que la circunstancia nos permita. La distracción es la primera ficha
de dominó que genera una sucesión de caos en nuestros actos con terribles
resultados, tanto anímicos como de consecuencias físicas. Cuando nos imponemos
el deber de hacer algo, debemos concentrarnos en esa labor, eliminar todas las
distracciones circundantes y dedicarnos en cuerpo y alma a hacer lo mejor que
podamos nuestro cometido. En caso contrario, si las distracciones nos avasallan
y no realizamos en condiciones nuestro deber, no debemos atosigarnos como si
fuera lo único vital en el universo, debemos aceptar nuestro error y mejorar en
la medida de lo posible. Y si el destino nos ofrece una nueva oportunidad de
demostrar cuanto valemos, debemos aprovecharla aprendiendo del pasado y
mejorando el presente.
Abatirnos y machacarnos por nuestros errores solo servirá
para que tardemos más tiempo en mejorar, dar cuenta a los demás de nuestra
inmadurez y autodestruirnos. Por esta razón debemos de levantarnos con más
fuerza, asimilando las culpas y superándonos a nosotros mismos con las
enseñanzas que nos han dado las equivocaciones.
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