El miedo mueve el mundo, nos hace tomar decisiones y preferir
elecciones que de otra forma nunca tomaríamos. Miedo a la muerte, a la soledad,
a lo desconocido, al fracaso, a la decepción, a la incertidumbre, a la
enfermedad, a la debilidad, a un ser superior, al propio miedo… la lista es
larguísima y en alguna ocasión, y en mayor o meno medida, nos han inducido a
tener miedo a algo.
La fortaleza de carácter la demostramos al no dejarnos
apabullar ante nuestros miedos, necesitamos que el miedo exista para poder
superarlo y ser valientes.
Es un sentimiento desagradable, de angustia, por el cual
creemos que existe un peligro real o imaginario que nos pueden hacer daño. Puede
solo ser algo irreal, pero para la persona asustada, ese peligro que la
atemoriza es algo material que la encadena y no le deja actuar, o solo le permite actuar de forma torpe. Este temor al dolor y el sufrimiento nos hace
actuar de forma irracional, normalmente la reacción suele ser la huida e
intentar evitar el peligro. Aunque en algunas ocasiones, la forma de respuesta
suele ser violenta e intentando acabar con el peligro, generando caos y
destrucción. Sea cual sea el resultado de nuestra respuesta, el miedo genera odio, ya que odiamos a lo que tememos y esto nos hace valer menos como personas por albergar esos sentimientos negativos.
El miedo puede ser aprendido o puede ser algo innato, es
decir, aunque tengamos miedo instintivo a ciertas cosas, también pueden
enseñarnos a las cosas que debemos tener miedo o incluso obligarnos de forma
subconsciente a temer cosas por analogía, simplemente porque tienen cosas en
común con las cosas que ya tememos de forma atávica, haciendo así que cosas
inofensivas en ocasiones nos parezcan terribles peligros insuperables.
No importa el tipo de miedo al que nos enfrentemos, este miedo ha sido
creado para ser superado, ya sea riéndonos de él para quitarle importancia,
acostumbrándote a su presencia o enfrentándolo directamente hasta anularlo completamente.
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